Los mejores relatos españoles del siglo xx
También, y considerando el destino del libro, me gustaría hacer una breve reflexión sobre la ficción literaria en lengua castellana, que tiene que aludir, forzosamente, a su antigüedad. Los españoles solemos olvidar que llevamos ocho siglos haciendo literatura, al menos en lengua castellana.
No se trata de ostentar vanidad alguna, sino de invitar a ser conscientes de la responsabilidad que se tiene cuando se emplea una lengua que, tan antigua y dispersa por el ancho mundo, es hablada y escrita con tantas músicas, maneras y sensibilidades diferentes.
El cuento de Miguel de Unamuno me sirve como ejemplo de su concepto de la nivola. El de Ramón María del Valle-Inclán es un cuento de terror, con las implicaciones estéticas del modernismo. El de Pío Baroja es una historia de amor. El de Azorín me permite aludir a la metaliteratura, y el de Wenceslao Fernández Flórez, al humor. El cuento de Rosa Chacel trata de lo fantástico, y el de Francisco Ayala pertenece a cierta literatura experimental. El cuento de Max Aub sigue la tradición de las historias de fantasmas, y el de Camilo José Cela resulta la evocación de un mundo perdido. El cuento de Miguel Delibes trata 11 de la fraternidad en la desdicha, y el de Carmen Laforet nos plantea un ejemplo de egoísmo insolidario. Veo en el de Ignacio Aldecoa, entre otras cosas, el descubrimiento de las novelas por un niño, y en el de Ana María Matute, una visión de la intolerancia, la crueldad y la violencia con los semejantes. El de Jesús Fernández Santos trata de la vida difícil de los perdedores; el de Medardo Fraile, del misterio de lo cotidiano, y el de Carmen Martín Gaite narra el hastío de una vida rutinaria. Por último, el de Juan Benet permite una pequeña reflexión sobre argumento y estilo.
Respecto a tales introducciones, vale lo que he señalado al principio para todo este prólogo. Si de algo pueden servir, es como ligera aportación a algún punto relacionado con el cuento en sí o con el autor. Pero estoy seguro de que los cuentos no necesitan de tales aditamentos para que se pueda disfrutar plenamente de ellos.
Madrid, junio de 1998
J. M.ª M
Y va de cuento
Miguel de Unamuno
Un «cuonte» de Unamuno
Se podría decir que Y va de cuento —que apareció recogido en un libro en 1913— es al cuento literario habitual lo que una nivola a una novela —¿un cuonte?—. Nos puede quedar la sospecha —creo que bien fundada— de que el Miguel protagonista, ese que va a escribir un cuento, sea el propio autor, Miguel de Unamuno, exponiendo con algo de sarcasmo sus teorías sobre la ficción. Por otra parte, el cuento está cargado de referencias literarias, y hasta incluye un homenaje al famoso Soneto de repente que escribió Lope de Vega.
A Miguel, el héroe de mi cuento, habíanle pedido uno. 17 ¿Héroe? ¡Héroe, sí! ¿Y por qué? —preguntará el lector—. Pues, primero, porque casi todos los protagonistas de los cuentos y de los poemas deben ser héroes, y ello por definición. ¿Por definición? ¡Sí! Y, si no, veámoslo.
P.— ¿Qué es un héroe?
R.— Uno que da ocasión a que se pueda escribir sobre él un poema épico, un epinicio, un epitafio, un cuento, un epigrama, o siquiera una gacetilla o una mera frase.
Aquiles es héroe porque le hizo tal Homero, o quien fuese, al componer la Ilíada. Somos, pues, los escritores —¡oh, noble sacerdocio!— los que para nuestro uso y satisfacción hacemos los héroes, y no habría egoísmo si no hubiese literatura. Eso de los héroes ignorados es una mandanga para consuelo de simples. ¡Ser héroe es ser cantado!
Aquel a quien se le pida un cuento es, por el hecho mismo de pedírselo, un héroe, y el que se lo pide es otro héroe. Héroes los dos. Era, pues, héroe mi Miguel, a quien le pidió Emilio un cuento, y era héroe 18Y va de cuento mi Emilio, que pidió un cuento a Miguel. Y así va avanzando este que escribo. Es decir:
burla burlando, van los dos delante
Y no, el Miguel de mi cuento no era un cuentista. Cuando por acaso los hacía, sacábalos o de algo que, visto u oído, habíale herido la imaginación, o de lo más profundo de sus entrañas. Y esto de sacar cuentos de lo hondo de las entrañas, esto de convertir en literatura las más íntimas tormentas del espíritu, los más espirituales dolores de la mente, ¡oh, en cuanto a esto...! En cuanto a esto, han dicho tanto ya los poetas líricos de todos los tiempos y países que nos queda muy poco por decir.
Y estoy a la mitad de otro cuarteto.
E n un buen cuento, lo más importante son las situaciones y las transiciones. Sobre todo estas últimas. ¡Las transiciones, oh! Y respecto a aquellas, es lo que decía el famoso melodramaturgo D’Ennery: «En un drama —y quien dice drama dice cuento—, lo importante son las situaciones; componga usted una situación patética y emocionante, e importa poco lo que en ella digan los personajes, porque el público, cuando llora, no oye». ¡Qué profunda observación esta de que el público, cuando llora, no oye! Uno que había sido apuntador del gran actor Antonio Vico me decía que, representando este una vez La muerte civil, cuando entre dos sillas hacía que se moría, y las señoras le miraban con los gemelos para taparse con ellos las lágrimas y los caballeros hacían que se sonaban para enjugárselas, el gran Vico, entre hipíos estertóricos y en frases entrecortadas de agonía, estaba dando a él, al apuntador, unos encargos para contaduría. ¡Lo que tiene el saber hacer llorar!
Sí; el que en un cuento, como en un drama, sabe hacer llorar o reír, puede en él decir lo que se le antoje. El público, cuando llora o cuando se ríe, no se entera. Y el héroe de mi cuento tenía la perniciosa y petulante manía de que el público —¡su público, claro está!— se enterase de lo que él escribía. ¡Habrase visto pretensión semejante! Permítame el lector que interrumpa un momento el hilo de la narración de mi cuento, faltando el precepto literario de la impersonalidad del cuentista.
Pero el héroe de mi cuento era un petulante que quería escribir para que se enterasen y, es natural, así no puede ser, no le resultaba cuanto escribía sino paradojas.
—¿Que qué es esto de una paradoja? ¡Ah!, yo no lo sé, pero tampoco lo saben los que hablan de ellas con cierto desdén, más o menos fingido; pero nos entendemos, y basta. Y precisamente el chiste de la paradoja, como el del humorismo, estriba en que apenas hay quien hable de ellos y sepa lo que son. La cuestión es pasar el rato, sí, pero sin adquirir compromisos serios; ¿y qué serio compromiso se adquiere tildando a algo de paradoja, sin saber lo que ella sea, o tachándolo de humorístico?
Yo, que, como el héroe de mi cuento, soy también héroe y catedrático de Griego, sé lo que etimológicamente quiere decir eso de paradoja: de la preposición para, que indica lateralidad, lo que va de lado o se desvía, y doxa, opinión, y sé que entre paradoja y herejía apenas hay diferencia; pero...
Pero ¿qué tiene que ver todo esto con el cuento? Volvamos, pues, a él. Dejemos a nuestro héroe —empezando siéndolo mío y ya es tuyo, lector amigo, y mío; esto es, nuestro— de codos sobre la mesa, con los ojos fijos en las blancas cuartillas, y diciéndose:
«Y bien, ¿sobre qué escribo yo ahora...?». Esto de ponerse a escribir no precisamente porque se haya encontrado asunto, sino para encontrarlo, es una de las necesidades más terribles a que se ven expuestos los escritores fabricantes de héroes, y héroes, por tanto, ellos mismos. Porque ¿cuál, sino el de hacer héroes, el de cantarlos, es el supremo heroísmo? Como no sea que el héroe haga a su hacedor, opinión que mantengo muy brillante y profundamente en mi Vida de don Quijote y Sancho, según Miguel de Cervantes Saavedra, explicada y comentada; Madrid, librería de Fernando Fe, 1905* —y sirva esto, de paso, como anuncio—, obra en que sostengo fue don Quijote el que hizo a Cervantes y no este a aquel. ¿Y a mí quién me ha hecho, pues? En este caso, no cabe duda que el héroe de mi cuento.
Sí, yo no soy sino una fantasía del héroe de mi cuento
Moraleja: Todo se acaba en este mundo miserable: hasta los cuentos y la paciencia de los lectores. No sé, pues, abusar.
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Condesa -------- Palacio
Ojos -------- Pasado
Condesa -------- Unigénita
Emigró -------- Tiempos del rey
Caballero -------- gentiles hombres
Testamento -------- Buen caballero
Títulos -------- Honraron
Condesa -------- Gracia pontificial
Condesa -------- Leer
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